Guillermo, dueño y orgulloso (con razón) restaurador de esta maravilla, fue de los primeros en querer unirse a la Familia Martínez. En realidad su intención era venderla, porque había que hacerle sitio. Novios no le han faltado a la Orbea, pero a Guille le daba tanta penita que le ha buscado un sitio de honor: preside el salón de su casa desde una pared.